¿MUISCA?  ¿ERES MUISCA?  ¿DESDE CUÁNDO?

Por: Jhony Delgadillo

He aquí unas de las preguntas que he tenido que responder frecuentemente durante los últimos años de mi vida. Y es que no es fácil cuando has olvidado, cuando nadie te ha contado, cuando naces y creces en una ciudad como Bogotá, llegarse a preguntar por tu herencia étnica o por tu raíz, ¡es casi un absurdo!. 

Tuvo que pasar entonces muchos años y ya en mi adultez, llegaron las preguntas correctas. Sin embargo, quien me daría el impulso más certero para buscar respuestas precisas, sería mi hijo Tomás a sus cuatro años de edad.

Empezamos la aventura de la educación en casa, y para nuestro primer año nos planteamos la tarea de indagar sobre nuestro árbol genealógico, nuestra familia. Empezamos por visitar a mi abuela María Umbelina para escuchar historias únicas y hacer preguntas que en sus palabras, “nadie de la familia había indagado”. 

Nacida en Sogamoso, Boyacá como mi madre, mi bisabuela y todo mi linaje femenino. Habitantes de la Vereda Pedregal Alto, un paraíso hermoso con una casa pequeña y tranquila, muy acogedora, con paredes de barro y bareque, techo de paja, cocina de leña y árboles frutales donde nos subíamos con mis hermanos en busca de aventuras gastronómicas. Recuerdo ese territorio con mucha alegría en mi corazón, el olor del alba, la ordeñada de la vaca que hacía mi  prima todas las mañanas, y el sabor del queso de la vecina Doña —–, “las vacaciones más esperadas” y entonces, como olvidar esos lugares donde uno amo la vida?.

Con cada relato venían imágenes, el espacio-tiempo parecía desbordado y de repente caí en cuenta, lo pude nombrar por primera vez mirando a los ojos a mi hijo “somos muiscas, somos muiscas” esa es nuestra etnia, “la encontramos”. Algo dentro de mí había retornado, se hizo manifiesto lo latente. A partir de ese momento se dibujó más clara la ruta pedagógica que nos acompañaría hasta el día de hoy en el pensar, sentir y hacer. 

Recordar el tejido, el olor de la lana y el algodón, el contacto con la arcilla, el fuego, las plantas, la lengua, los cantos;un sin número de prácticas y herramientas que están esperando compartir su consejo más profundo, consejo que ha dormido durante siglos y que está despertando en los ojos de Kenai y Arawi (los hijos que luego fueron llegando) después de muchos años después de este encuentro con mi abuela, cuando al amanecer simplemente de manera natural, con una sonrisa en su rostro me dicen “swa cho papá” y nos damos la posibilidad de re-existir con la certeza que lo que está vivo, siempre está en movimiento.

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